Brazos compartidos (A Jaime Gil de Biedma)




Últimos meses
                              Eti, Etinini

Habitaba un país delimitado
por la cercana costa de la muerte
y el jardín de la infancia, que ella nunca olvidó.

Otro mundo más cándido era el suyo.
Misterioso, por simple,
como un reloj de sol.

Jaime Gil de Biedma

Brazos compartidos
(Castellar del Vallès, 30/08//2018)

Estimado y desconocido Jaime
(o quizás hubieses preferido otro nombre
en lugar de heredar el de tu hermano muerto),
nunca supiste cómo me siento unido a ti
por los compartidos brazos que nos acunaron,
por la tierna mirada de nuestra llorada Eti:
tu confidente y amiga,
mi tía abuela más querida.

Ella, en tus poemas póstumos.
¿Fueron sus ´Últimos meses”?
Gracias a su intercesión ante tu padre,
se nos abrieron las puertas del progreso.
Yo apenas me había acostumbrado a la luz:
contaba tres meses de edad;
quizás ya mecido en su calidez
y objeto de las pródigas caricias por ti loadas.

Recuerdo al respetado y afable Don Luis,
tras el humo de su cigarro filipino,
festejando al piano el ochenta aniversario
de nuestra modesta Modesta,
quien lucía una mirada espléndida
cargada de agradecimiento y satisfacción,
como de inevitable despedida:
su “reloj de sol” marcó poco tiempo más allá.

Ella, discreta y liviano lazo,
apenas recordada en tu poema y diarios,
me condujo a la poesía que legaste,
me impulsó a conocerte
e, inevitablemente, fui seducido
por una fascinante compasión hacia tu dolor,
apenas ahogado en sexo (¿impuro?) y alcohol
o en el verbo que volviste contra ti, hecho tango.

Y ahora, que llegaron los aplausos,
quiero que sean motivo de orgullo,
en recuerdo de quien te arrullaba
en las misteriosas lunas
de La Nava de la Asunción,
por esa costa de la muerte
que al cabo ya os unió,
donde sus brazos te volvieron a mecer.

Te he escuchado, atento,
en tus poemas y datados monólogos,
queriendo hablarte y hacerte saber
de mi nacida empatía
hacia tu lucha contra el desaliento,
hacia tus derrotas en batallas sobrevenidas,
hacia el momento que llegaste a comprender
que la vida iba en serio.